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Editorial del Abbé Pierre - Revista Hambre y Sed n°15, octubre 1956

Un año después de su sonado llamamiento del invierno del ‘54, el Abbé Pierre se expresa en la edición especial de Navidad de la revista Faim & Soif, recordándonos, con palabras incisivas, la importancia de luchar contra la pobreza y de ayudar a la gente desfavorecida y, sobre todo, de no perder el ímpetu de nuestra indignación inicial. Igualmente, nos habla del trabajo de consolidación del movimiento Emaús y de la creación de vínculos con organismos de otros países, como Canadá, Argentina, Perú, Japón, Dinamarca, la India y diversos países de África, en un momento en que las luchas que llevaba a cabo el movimiento Emaús empezaban a tener eco a nivel internacional.

Editorial del Abbé Pierre – Revista Faim & Soif n°15, octubre 1956

La escuela no se reduce al aula

¡Qué cierto es que la escuela no se reduce al aula!
Qué cierto es que quienes enseñan deben recordar siempre, para ser buenos maestros, que su tarea va mucho más allá del producir simplemente mentes eruditas. Y, de igual forma, qué cierto es que en los barrios marginales todo el mundo debe ser consciente de que, por buenos que sean los maestros, los niños serán personas fallidas el día de mañana si, al acabar la escuela, las lecciones, bastante más constantes e incisivas que les dan tanto la familia como la calle, el mundo del espectáculo y todo el comportamiento de «los mayores», niegan, desdeñan o a veces incluso burlan los valores que se ha afanado en enseñar la escuela.

¿Cuál es la primera escuela, la más constante para todo niño, si no el santuario del hogar, donde vive la familia?
Entonces ¿no estamos locos por no ser capaces de hacer más sacrificios para dar alojamiento a las familias de los que hacemos para construir escuelas?
La familia necesita la escuela. Pero, por perfecta que fuera, ¡cómo puede la escuela no resultarle inútil a la mayoría, si los hogares no son más que tugurios de perdición para cuerpo y alma!
Ojalá que todos los maestros y padres alcen un grito de alarma unísono para recordarle al gobierno que la escuela y el hogar van de la mano y que, juntos, constituyen la primerísima necesidad que hay que satisfacer cuando se trata de repartir los recursos públicos de la Nación.

¿Y qué aprendizaje es esencial para un niño y, más adelante, para un adolescente, si no el que le permita conocer la realidad humana universal?
¡Qué pena! ¿Qué nación es capaz de reconocer de verdad —al mismo tiempo que aprende a amar todos los valores genuinos de su propio patrimonio— tanto los méritos que otros han logrado estando realmente al servicio del ser humano, como sus propios errores, al igual que los de los demás?
Es más, ¿quién es capaz, a medida que enseña cada riqueza de la mente, pensamiento, moral, ciencia, arte y técnica, de decirle a su alumno —decírselo y repetírselo hasta que prácticamente ya no le sea posible olvidarlo, lo que es eso que podríamos llamar “el coeficiente de humanidad” de cada uno de esos maravillosos conocimientos? En otras palabras, lo que es el porcentaje de hermanos del que tiene la posibilidad —en términos de derecho y en términos de medios— de disfrutar.
La escuela no está hecha para enseñar únicamente lo que son las cosas, sino para abrir las mentes al conocimiento de lo que constituye nuestro ser común, en el centro de las cosas, e ir más allá de las cosas y darles sentido, a la vez con respecto a la personalidad de cada uno y a la comunión de todos, al igual que en la búsqueda de su relación con la Realidad que lo supera.

Por último, más allá de los conocimientos que nos aporta, ¿pensamos lo suficiente en averiguar cuánta pasión nos aporta la escuela?
¿Acaso no podríamos juzgar una civilización por las razones de ira que consigue inculcar en su juventud a través de la educación que le imparte?
¿Ira por nimiedades? ¿Ira hacia uno mismo? ¿O ira por la profanación del bien común, que reside —empezando por lo más cercano (familia, ciudad, patria) y llegando poco a poco a la dimensión global del universo humano— en la preocupación constante de liberar a los injustamente oprimidos por tantas causas de esclavitud?
¿De qué valdría una escuela que no pudiera abrir los corazones al hambre y a la sed de justicia, a la voluntad de servir primero a quienes más sufren, a lo que muy bien podemos llamar ‘la ira del amor’?


Editorial del Abbé Pierre
Revista Faim & Soif n°15
Octubre 1956

Editorial del Abbé Pierre - Revista Hambre y Sed n°15, octubre 1956